Había escrito una versión previa de esta historia cuando publiqué mi sitio web. En abril de 2023, mi querida amiga, la maravillosa Christie Uipi de The Better Mind Center me entrevistó para el podcast Like Mind Like Body. Cuando me pidió que compartiera mi historia, pensé mucho acerca de cómo es que contamos historias en general, en dónde elegimos comenzar y terminar, y cómo hacemos espacio (o no) para el hecho de que nuestra experiencia humana es compleja y no lineal. He añadido algunas cosas desde el deseo de invitar más matices, y quiero nombrar el hecho de que mi relato es un relato, no el único posible, y de que puede cambiar con el paso del tiempo y la reconfiguración de mi vida y mis recuerdos a través de distintas experiencias.
Mi historia es esperanzadora. Al mismo tiempo, incluye contenido relacionado con dolor, duelo y experiencias difíciles en entornos médicos, así como referencias a trauma y adversidad y al complicado proceso de sanar. Mientras que algunos de estos aspectos pueden ser difíciles de leer, creo que es importante compartirlos para ofrecer el contexto de por qué este trabajo es tan importante para mí.
Si este contenido no es lo que necesitas en este momento, por favor cuida de ti y siéntete libre de no leerlo. Si eliges continuar leyendo, por favor haz lo que necesites en el proceso, incluyendo la posibilidad de hacer pausa y regresar más tarde.
…
En junio de 2011 me lesioné la columna, el diagnóstico fue extrusión del disco L5-S1, y tenía afectación neurológica. El dolor era intolerable. No podía caminar, moverme, sentarme ni dormir. Fue progresivamente peor.
En abril de 2012, después de múltiples tratamientos fallidos, me operaron. El cirujano retiró el disco y colocó un espaciador interespinoso. Mi dolor neuropático se resolvió y con la rehabilitación recuperé reflejos, fuerza y rango de movimiento en la pierna, pero me descubrí experimentando dolor lumbar persistente, en conjunto con un dolor tipo pellizco con ciertos movimientos.
Durante año y medio reporté a mi ortopedista el dolor tipo pellizco e insistí en que algo no estaba bien. No me creyó. Me dijo una y otra vez que me acostumbrara a experimentar cierta incomodidad. Decidí consultar entonces a un neurocirujano. Nuevos estudios de imagen mostraron que el espaciador que me pusieron en la cirugía se había desplazado hacia el canal medular y estaba haciendo contacto con la médula, por eso sentía ese dolor tipo pellizco. Me operaron nuevamente en 2014 para retirar el espaciador. Una vez más, experimenté alivio del dolor neuropático pero el dolor lumbar persistió.
Para ese momento estaba evitando el ejercicio en casi todas sus formas, con excepción de caminar y nadar, puesto que parecía empeorar mi dolor. También había aprendido a evitar la mayoría de las situaciones que implicaban estar sentada por períodos largos. En 2016 renuncié a mi trabajo en la UNAM, y mi vida social se contraía cada vez más. En 2017, después de regresar de un viaje largo, el dolor se volvió incapacitante. Me diagnosticaron con otra hernia lumbar y me sometí a otro procedimiento quirúrgico, que a pesar de ser “mínimamente invasivo” fue increíblemente traumático. Experimenté muchos efectos adversos de los esteroides que me inyectaron, y en total pasé 3 meses en cama y 6 meses más en rehabilitación. Mi dolor no mejoró. Me diagnosticaron entonces con “disfunción de articulación sacroiliaca”, reportada como una condición común en personas que han sido sometidas a cirugía de columna.
Y había intentado todo (o por lo menos eso creía) — numerosos ciclos de terapia física y rehabilitación con diversos enfoques, medicamentos (Lyrica, Tradol, Arcoxia), cirugía, acupuntura, mindfulness, hidroterapia, osteopatía, psicoterapia, yoga terapéutica, suplementos, sesiones de sanación con un hombre medicina, temazcales, Reiki, masajes, lo que se te ocurra. Mi práctica de mindfulness y compasión me ayudó a vivir con el dolor, y mi práctica de yoga me ayudó a encontrar cierto alivio y comodidad en presencia del dolor. Las sesiones con el hombre medicina me ayudaron a sentirme plena y conectada, al igual que la acupuntura, pero las únicas intervenciones que me ayudaban a disminuir la intensidad del dolor eran la natación (siempre y cuando tuviera acceso a una alberca dos o tres veces por semana) y el aceite de CBD que descubrí en 2018. En conjunto hacían que el dolor fuera tolerable la mayor parte de los días, si bien tenía dolor casi todo el tiempo y el dolor me impedía dormir bien. Me resigné a vivir con dolor crónico e invertí mi energía en vivir lo mejor posible con esa realidad.
A lo largo de todos estos años, había logrado continuar mi práctica clínica y docente (con períodos de ausencia después de cada cirugía y re-agendando ocasionalmente la consulta cuando el dolor era demasiado intenso). Viajé, cociné e hice mi mejor esfuerzo por no perder mi vida frente al dolor. Era un equilibrio frágil que llegó a su fin con la pandemia. En marzo de 2020, cuando la ciudad de México entró en cierre de emergencia, dejé de tener acceso a la alberca y al aceite de CBD (que conseguía fuera de México cuando viajaba). Mi dolor empeoró de manera progresiva, hasta que para el verano estaba en cama.
Compartí mi desesperación con amigos cercanos. Tres amigas me recomendaron de manera independiente el mismo recurso: la app de Curable. Honestamente, no esperaba nada, pero pensé que no tenía nada que perder. Recuerdo que en uno de los primeros audios que escuché en la app, Laura Seago, co-fundadora de Curable, dijo algo así como “Tu escepticismo es bienvenido. Si supieras que podrías experimentar entre 10-30% de mejoría, ¿estarías dispuesta a intentarlo?”. Pensé que cualquier porcentaje de mejoría sería ganancia. Comencé a usar la app de manera más o menos consistente y al cabo de un mes estaba experimentando días libres de dolor. ¡No podía creerlo! Seguí practicando y decidí entrar a un grupo de Curable en octubre. Para diciembre, cuando concluyó el grupo, mi dolor había prácticamente desaparecido.
Hoy estoy libre de dolor, hago el ejercicio que quiero cuando quiero y lo disfruto. He viajado sin miedo de los asientos del avión y con la confianza de que puedo dormir en cualquier colchón sin necesidad de llevar mis almohadas en la maleta. Puedo sentarme en cualquier silla el tiempo que yo quiera y disfrutar nuevamente de conversaciones largas.
Tan maravilloso como es esto (incluso un poco mágico, si te soy franca), no puedo decirte que haya sido fácil o libre de tropiezos. La recuperación se sintió, durante un tiempo, como trabajo de tiempo completo — reentrenar a nuestro cerebro es muy difícil, si bien definitivamente más fácil y gratificante que manejar el dolor 24/7. A lo largo del proceso experimenté lo que se conoce como “explosiones de extinción” y exacerbaciones del dolor. Por un tiempo, el dolor regresaba durante algunas horas o un par de días en momentos de estrés o retos afectivos.
Y aquí viene la parte que no con frecuencia se relata: descubrir que la ausencia de mi dolor en ocasiones se sentía como un vacío, como que algo me faltaba, y encontrarme con las múltiples capas de duelo que fueron surgiendo a través del proceso de recuperarme y de estar libre de dolor. Hacerme consciente del hecho de que mi dolor había tomado decisiones por mí durante tanto tiempo, y ahora necesitaba entrar en sintonía con mis necesidades y deseos, descubrir nuevos límites y aprender a darme permiso de decir sí o no a actividades, peticiones, expectativas, etc., sin depender de mi dolor como razón o excusa para hacer o no hacer algo. Gradualmente me vuelvo más habíl en esto, es trabajo continuo.
Al involucrarme en este trabajo pude conectar esta experiencia con otros síntomas nociplásticos que había experimentado en el pasado (como migrañas y reflujo) y con otros que continuaba experimentando de manera intermitente, como fatiga, depresión y ansiedad. Me descubrí contendiendo con lo que Janina Fisher llama el legado vivo del trauma en mi cuerpo, y necesitando hacer el trabajo de sanar con heridas creadas por otras personas, incluyendo adversidad en la infancia y los retos de navegar un mundo neuronormativo siendo una mujer neurodivergente. He experimentado enojo y duelo en relación con esto, y por supuesto no es coincidencia el hecho de que haya elegido la medicina y la psicoterapia como profesiones, porque había tantas cosas a las que estaba intentando encontrar sentido y de las que estaba intentando sanar.
Uno de los más grandes desafíos para mí ha sido desaprender la creencia de que mi cuerpo estaba roto y de que estaba destinada a vivir con dolor para siempre. Varios médicos habían reforzado esa idea, repitiéndome una y otra vez que había tenido una lesión importante de columna y múltiples cirugías, y que nunca me recuperaría por completo. Liberarme del dolor ha involucrado trabajar con mi identidad, y soltar muchas cosas. También ha implicado reconstruir mi vida, una vida distinta de la que tenía antes de mi lesión de columna.
He recuperado la experiencia de ser dueña de mi vida, y experimento un mayor sentido de agencia. Me siento revitalizada y agradecida, y puedo conectar con una experiencia de gozo y expansión que no me estaba tan disponible antes de tener dolor. Tengo muchas más habilidades y me siento fuerte. Honestamente nunca creí que esto sería posible para mí.
El proceso para mí ha involucrado construir sobre las habilidades de atención plena, compasión y yoga que había estado cultivando durante más de 20 años. He sido increíblemente afortunada de contar con el apoyo de mi pareja, familia y amigos cercanos (incluyendo estar dispuestos a no preguntarme por mi dolor, quitándole atención), aprender acerca de la neurociencia del dolor, reentrenar a mi cerebro con múltiples estrategias incluyendo reevaluación cognitiva, rastreo somático, trabajo relacional y de límites, hacer trabajo profundo de sanación para las huellas de trauma en la infancia, continuar practicando meditación y yoga, exposición gradual al ejercicio, escritura terapéutica, apoyo de mi grupo de Curable, y cultivar deliberadamente gozo, gratitud y una experiencia de seguridad. Fui también increíblemente afortunada de encontrar un ortopedista que me dijo enfáticamente que mi cuerpo había sanado de la lesión y de las cirugías, y que mientras que ciertas cosas podrían doler o dar miedo (incluyendo el ejercicio o estar sentada mucho tiempo) no me iban a hacer daño.
Mi proceso de sanación ha sido complejo, desordenado, en espirales, y no está concluido, y no creo que nunca concluya, porque soy un ser humano en un cuerpo vivo. Cada día tengo mil oportunidades para practicar, y esto no disminuye en absoluto el asombro de estar libre de dolor o eso que se siente absolutamente milagroso en torno a la neuroplasticidad.
Esta experiencia me ha enseñado a hacer espacio para múltiples verdades de manera simultánea, y ha tenido un enorme impacto en mi quehacer profesional. A lo largo de toda mi vida he integrado distintos enfoques para cultivar bienestar y nutrición cuerpomente-espíritu, y después de descubrirme libre de dolor, lo cual durante una década se sintió absolutamente imposible, quiero ayudar a más personas que experimentan dolor y otros síntomas persistentes. La neurociencia del dolor era la pieza que me faltaba, y en 2021 me tomé un semi-sabático para entrenarme en este ámbito y profundizar mi comprensión de la psiconeuroinmunoendocrinología y de enfoques integrativos para sanar, incluyendo medicina cuerpomente y otros abordajes que promueven bio- y neuroplasticidad positivas para recuperarse del dolor y otros síntomas persistentes y para promover mayor resiliencia y flexibilidad. He tenido que desaprender mucho más que mi dolor.
Es mi mayor deseo ayudarte a liberarte del dolor y otros síntomas persistente y recuperar bienestar y gozo. Si eres profesional de salud, me encantará ofrecerte un espacio de aprendizaje y mentoría en apoyo a la labor que haces para ayudar a otras personas a sanar. Contáctame para comenzar.